Admita que usted, como yo, como muchos, alguna vez se prendió en ese
sueño imaginario que lo llevaba a ser relator y futbolista a la vez.
¿Verdad
que lo hizo? Que se tiró en la cama de los viejos, armó la jugada,
imitó al relator y hasta el alarido de la gente gritando su gol
imaginario.
Por aquellos tiempos no podía haber mejor
sueño...Pero la realidad marca que ese un privilegio reservado para
pocos, muy pocos. Acaso hasta se deba admitir que son tocados por diosa
fortuna.
Claro que aquel que lo concreta no es que deja de soñar.
Pero ya piensa de otra manera. Tiene otra perspectiva. Ya no tiene
aquella imaginación de niño para construir la jugada y relatar el gol.
Como
contrapartida se viven otras sensaciones. Entonces el sueño se alimenta
de acuerdo al grado de dificultades que se puedan llegar a tener. Para
ser más claro, usted está lesionado y sueña con un regreso feliz.
La carrera de Antonio Pacheco parece salida de un cuento de hadas.
Formó
parte de las divisiones formativas del club de sus amores. Llegó al
primer equipo y su ídolo Pablo Bengoechea lo puso bajo el ala. Se
transformó en el nuevo pichón de un grupo que contaba con gente madura y
que lo llevó con mano maestra.
Era común verlo a Pacheco
quedarse a observar y escuchar cuando Bengoechea se ejercitaba en los
remates penales o tiros libres. Y lentamente comenzó a formar parte de
aquellas apuestas por el refresco.
El paso del tiempo y la gloria conquistada hicieron subir a Tony la escalera del olimpo de los ídolos del club.
Pero
un buen día a alguien se le ocurrió que Pacheco debía marcharse del
club. Y pese a las voces de grupos de hinchas que tiraron la bronca, y
realizaron banderazos en las sede, no hubo marcha atrás.
El
cartel con su apellido en el estacionamiento de Los Aromos fue mudo
testigo de que al club le faltaba algo. Pacheco marchó a Wanderers.
La presión de la gente fue tal que aquellos que lo echaron lo fueron a buscar. Y volvió.
Pocos
reparaban en un detalle. Que el 8 de Peñarol había convertido tantos
goles en la liga local que estaba a punto de superar una marca
histórica.
Atrás habían quedado nombres de la talla de Alberto
Spencer, Tito Borjas, Héctor Castro, Óscar Omar Miguez, Pedro Petrone,
Pellegrino Anselmo, Isabelino Gradín, Juan Eduardo Hohberg, Aníbal
Ciocca y Luis Ernesto Castro.
Pacheco los superó a todos a fuerza de goles. Y se encaminaba a imponer su propia marca.
Quedaba a escasos goles de Pablo Terevinto, un exaurinegro, que había marcado 124 conquistas en el Uruguayo.
¿Sería posible? De sueños vive el hombre dice el dicho...
Pero
la felicidad no fue completa. El destino le tenía deparada la trampa
más dura de su carrera. Una inesperada fractura el día más feliz, el del
regreso contra Fénix.
El drama de una tarde de sábado instalado
en el Centenario. Pacheco en camilla tomándose el rostro, el traslado en
ambulancia y la operación tan temida.
En estos casos de
recuperaciones largas, dicen que la paciencia es la mejor consejera.
Pacheco la tuvo. Para seguir al pie de la letra las recomendaciones
médicas, para esperar el momento del regreso.
Otra vez a remar,
otra vez a pelear. Pero ahora con otras perspectivas. Con Pacheco jamás
se dudó. Ahora sí. ¿Habrá quedado bien? Fue la interrogante que invadió
el ambiente antes de iniciar el camino del retorno.
Pero mire
cómo fueron las cosas. Al contar con el plus de ser ídolo y referente,
sus compañeros tenían miedo de marcarlo cuando empezó a hacer fútbol.
Entonces
no se tenía real idea de como se encontraba. Una buena tarde, acaso la
más inesperada, el técnico Jorge Da Silva lo llamó y le anunció que
volvía.
Fue el gran reto de su carrera. Y Pacheco, como usted, como yo, en aquellos tiempos de niño, lo debe haber pensado y soñado.
Volver,
despejar las dudas, sentir otra vez en la piel la sensación del gol,
anotar en un clásico cuando muchos lo consideraban un exfutbolista.
Y
la noche final. Un gol era suficiente, pero a Pacheco se le antojó
marcar tres y todo de gran calidad. Peñarol fue campeón con sus goles.
Tony entró en la historia al quedar como cuarto goleador del campeonato
Uruguayo. El sueño del pibe. |